Yo, como Munch, opino que es poco honesto mirar solo el lado amable de la vida. Por eso quiero recordar su obra ahora que sale la noticia de que un cuadro  suyo sale a subasta. Los bohemios de Cristiana, movimiento de protesta del momento que vive el artista, en la actual Oslo, consideraban que el sistema estaba envuelto en contradicciones. No compartían la forma de organizar la sociedad y por ello vivían en un clima de represión. Se revolvieron contra la falsa complacencia y contra la estrechez de principios morales y éticos de la sociedad y el momento que les tocó vivir. Criticaron la sociedad burguesa subordinada a la economía. El movimiento artístico en el que se encuadra es el expresionismo. Este  fue una corriente artística que buscaba la expresión de los sentimientos y las emociones del autor, más que la representación de la realidad objetiva. Es decir anteponía esos sentimientos a las propias formas.

Una de las cuatro versiones de "El grito" de Edvard Munch, la única que está en manos privadas,  sale a la venta. Sotheby's estima que podría alcanzar los 80 millones de dólares pero su precio alcanza definitivamente la cifra de 120 millones de dólares (unos 90 millones de euros).

 Se distingue de las otras tres en que es la que tiene los colores más vivos, con el cielo dominado por el rojo-sangre, el amarillo y, en menor medida el azul, es la única en la que uno de los dos personajes secundarios, al fondo a la izquierda del cuadro, está encorvado sobre si mismo, como contemplando la ciudad al fondo. Por otro lado es la única cuyo marco original fue pintado por el artista con un poema en el que describe las circunstancias que le llevaron a pintarlo: “Estaba yo caminando por la carretera con dos amigos / a la puesta del sol – El cielo se tornó rojo sangre / Y sentí un aroma de melancolía – Me quedé parado / muerto de cansancio – por encima del negro-azulado / de las lenguas de sangre y fuego del Fiordo y la Ciudad – Me quedé atrás / temblando de Ansiedad – y sentí que un grito infinito penetraba la Naturaleza”. Esperar sus emociones a través de ese grito de incomprensión y desesperación  pudo incluir algo de lo que respiró a lo largo de su vida  en Cristiana y más tarde en París, la lucha contra un sistema socioeconómico que no entendía. Este grito desesperado se hace presente hoy de nuevo porque es más que nunca un emblema de la naturaleza del ser humano del siglo XXI. La soledad de quien deambula solitario, el pesimismo de quien predice el futuro inmediato, el ocio, el materialismo, el egocentrismo el orgullo y la crisis económica y de valores también hoy se unen a este hombre desconcertado, desnaturalizado,  sin saber hacia donde ir a veces, indiferente  otras en medio de una sociedad que  grita: naces y mueres solo...,  eres uno más en el bullicio de la ciudad..., no eres especial ni imprescindible... Alguien se percata, grita, está paralizado, se horroriza ante los excesivos problemas de la ciudad, del mundo, mientras todo sigue igual, en calma, sin demasiado interés por resolverlos.  Un hombre situado en primer plano con la boca abierta y las manos tapando los oídos, para no escuchar su propio  grito, que es también el grito de la naturaleza y de la humanidad, está reducido a una mísera apariencia ondulante en un paisaje o quizás de un espectro.