Hacer una pericia de una obra de arte lleva su estudio tanto de la obra como de las personas.
Un perito en muchas ocasiones debe tener también el don de saber esperar. Escuchaba impasible, sin reconocer, sin juzgar, sin devolver una imagen sentimental, abrumadora o contradictoria. Simplemente escuchaba. Saber escuchar con tranquilidad y cierta comprensión es algo básico que genera confianza en las personas, lejos de los sermones y los consejos. Expresar lo que uno siente sin miedo al reproche, a los consejos moralizantes, pero con unos ojos que miran al otro lado y hasta cierto punto comprenden sin juzgar hace que eleves a la categoría de persona al contertulio, que se sienta visible. Limitarme a considerar a una persona "corrupta", "irreflexiva" o "inmoral" era demasiado simple y pobre, había que intentar comprender qué había detrás, que motor ponía en marcha aquel mecanismo. La mayoría de las personas tendemos a subestimar los propios "recursos naturales" que tenemos, el potencial interior oculto. Aprender a escuchar abre las puertas de los sentimientos de las personas, revela lo que hay detrás de las apariencias.
Escuchar a veces revela que puede ser más duro el juicio propio que el que venga del otro.
Escuchar descubre el grado de convencimiento que uno mismo tiene sobre la "capacidad" de hacer algo y también puede descubrir la "valía personal" o respeto a uno mismo.
Tenía delante a una persona que estaba ansiosa de hablar de sí misma, cosa por otro lado muy habitual y poco extraño. Le miraba a la cara, a los ojos mientras me hablaba de tiempos pasados, trabajos, familia y de tiempos futuros, dinero, negocios. Buscaba el entendimiento del relato y por ello preguntaba sin rozar el límite de la incomodidad, quedándome en el de la comprensión, miraba como sus manos jugaban con el teléfono movil mientras miraban el mar y pensaba en el océano de comunicaciones en el que nadamos sin poder contactar con nadie que haga que nos sintamos escuchados en tantas ocasiones.
Tenía delante una persona que en ese momento se sentía orador elocuente más que oyente. Yo aprendía de lo que oía, vivía el momento, ajena a las preocupaciones que relataba del pasado y a los triunfos proyectados en el futuro. Churchilll decía que se necesitaba coraje para pararse y hablar. Pero mucho más para sentarse y escuchar. No voy a discutirlo yo pero a mi indudablemente me resultaba más cómodo sentarme y escuchar que ponerme a hablar. Reconocer los matices de la voz, el tono, los cambios emocionales me parecía un eercicio interesante, más allá del contenido que hubiera en las palabras que también podían serlo.
Nos pasamos más tiempo escuchando que hablando, según dicen el 55% del total del tiempo que dedicamos a la comunicación, lo cuál, no quiere decir que estemos más dispuestos, tengamos más cualidades para escuchar que para hablar.
Estabamos sentados uno frente a otro como aparentes competidores, pero yo buscaba más el ángulo recto y moví un poco la silla aproximándola en esta dirección. Él movía la cabeza de un lado a otro buscando con la mirada cualquier cosa que sucediera a su alrededor mientras hablaba, como si sintiera ansiedad o temor. Me entretenía fijarme en el lenguaje corporal, de los ojos en especial, liberado, no contaminado.Otras veces parecía más buscar seducir mediante una mirada mas contenida y prolongada acompañada de una leve sonrisa en los labios. Entre una pausa y otra de la charla se mordia ocasionalmente los labios. Mientras yo asentía con la cabeza, la inclinaba ligeramente hacia un lado o arqueaba los ojos.
Estabamos sentados uno frente a otro como aparentes competidores, pero yo buscaba más el ángulo recto y moví un poco la silla aproximándola en esta dirección. Él movía la cabeza de un lado a otro buscando con la mirada cualquier cosa que sucediera a su alrededor mientras hablaba, como si sintiera ansiedad o temor. Me entretenía fijarme en el lenguaje corporal, de los ojos en especial, liberado, no contaminado.Otras veces parecía más buscar seducir mediante una mirada mas contenida y prolongada acompañada de una leve sonrisa en los labios. Entre una pausa y otra de la charla se mordia ocasionalmente los labios. Mientras yo asentía con la cabeza, la inclinaba ligeramente hacia un lado o arqueaba los ojos.
Juanen | 22 de enero de 2012, 10:33
Como decia Ernest Hemingway:
"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar"